Looking for imposibles ~ (Ben)

—I got a pocket, got a pocket full of sunshine...

Lily tarareaba en voz baja la movida canción que se reproducía en la habitación, posiblemente los parlantes estaban escondidos detrás de alguna cortina o mueble, ya que ella no los encontraba en ninguna parte. Sus botas hacían un ruido insoportable a la par que daba un paso algo inclinada, leyendo los títulos de una mediana caja de cds. El dueño de la tienda parecía quedarse dormido frente al mostrador, no había nadie en el lugar excepto ella.

Estaba aburrida. Muy aburrida.

Creía que la universidad sería más divertida, sobre todo en este gigantesco y lujoso lugar. Así que salió por la noche a comprar algún cd, de modo que pudiera regresar a su departamento y cantar un rato, y también comer esa deliciosa barra de chocolate que se había comprado unas horas antes.

Tomó el último cd de la caja y, con cuidado, sopló suavemente la portada para que la tierra se apartara. Sonrió al ver a John Lennon, George Harrison, Paul McCartney y Ringo Starr sonriéndole jovialmente.

—Los Beatles. Genial.

Para ser un sábado en la mañana se había levantado relativamente temprano. No estaba seguro de qué hora era, pero estaba seguro que la resaca ya se iba pasando. Aparcó el coche en la esquina del mercado de las pulgas, caminando a la tienda de discos usados. Por mucho que pudiera comprar discos completamente nuevos, él prefería tener aquellos que ya habían pertenecido a alguien más. Aquellos que tanta historia encerraban. Entró al pequeño local, con la pequeña campanilla anunciando su llegada.

-¡Hey, Bill! -gritó, haciendo que el hombre tras el mostrador casi brincara de su asiento. Rió fuertemente, caminando hasta él para dejar una botella de ron sobre el vidrio-. Te traje un regalo.

-Whoa, gracias, chico. Hay muy poca clientela. Estaba a nada de quedarme dormido.

-Estabas dormido, amigo -enfatizó, mirando a la única chica que había realmente en la tienda.

Era alta, era linda, y su cabello llamaba la atención como una llama embravecida. Se recargó en el mostrador, dejando que su codo reposara contra el filo de éste, mirándola. Entre sus manos podía ver un disco de The Beatles. Si no se equivocaba era Please, Please Me. Sonrió. Definitivamente era uno de sus favoritos. Su canción favorita estaba en ese album: Anna.

-Buen disco el que tienes ahí -dijo, lo suficientemente alto para que ella lo escuchara-. Es una lástima que no lo vayas a comprar porque ya esta apartado para mi.

Lily se dio la media vuelta al oír una estruendosa voz en el local, aparentemente hablándole al dueño del local, cuyo nombre era Billy.

Pero encaró una ceja ante las últimas palabras del muchacho, y la pícara sonrisa de "Billy".

Era guapo, no podía negarlo. Siempre había tenido debilidad por los chicos de cabello oscuro y ojos claro, estaba convencida de que los rubios eran un completo cliché, Lily siempre había preferido las cosas más... exóticas. Era alto, también, no demasiado, pero no era un enano. Tenía una sonrisa burlona, y su mirada se dirigía hacia el cd en sus manos, y luego hacia ella.

Lily se apoyó en una de sus piernas, encaró una ceja y comenzó a revisar la tapa del cd.

—¿A caso tiene tu nombre grabado? Déjame ver... mmh... Lennon, Paul, Ringo y Harrison —luego lo miró, y sonrió—. No. No veo otro nombre como Christian, o Thomas, o Lucian. Así que supongo que no es de tu propiedad.

La pelirroja se encogió de hombros con naturalidad, haciendo una mueca de fingida disculpa.

—Que pena —se acercó al mostrador, junto al muchacho, y le entregó el cd al dueño—. Lo compro.

Billy le sonrió, y luego miró al muchacho, al parecer no estaba dispuesto a entregárselo sin antes esperar su aprobación. Lily encaró una ceja, haciendo resonar la punta de su taco contra el suelo, impacientemente.

Echó la cabeza hacia atrás para soltar una estruendosa carcajada. La miró de arriba abajo discretamente cuando se acercó al mostrador. Giró suavemente el rostro para alzar una ceja a Bill, suficiente señal como para que no se lo vendiera a la primera. La chica era ruda, eso se podía ver de lejos. Pero también había algo en su voz, que parecía coquetear sin siquiera plantearlo. Se cruzó de brazos, con una encantadora sonrisa entre sus labios.

-¿Christian, Thomas o Lucian? Bueno, obviamente no dice esos nombres porque no me llamo así.

Se separó del mostrador para caminar tras de ella, mirando con satisfacción como la chica se giraba para darle frente. Fueron solo un par de segundos. Tiempo de sobra para que Bill garabateara su nombre en la parte posterior del CD. Sí, definitivamente le convenía tenerlo de su lado. Sonrió, asintiendo discretamente sin que la chica se diera cuenta, y le alzó las cejas después.

-¿Por qué no revisas de nuevo? Ese disco sí dice mi nombre. Lo cual, equivale, por supuesto a que es mío.

Se acercó peligrosamente, acariciando su mejilla con el índice. Sonrió de lado, mostrando aquellos hoyuelos característicos de la familia de su madre, y susurró con su imponente acento británico.

-Mala suerte, bonita.

Lily se quedó estupefacta.

¿Quién rayos se creía que era? Estúpidamente arrogante, creyendo que podía comprar toda la tienda si quisiera. Pero no, nadie le negaba algo a un Holmes. Sobre todo a ella.

—Esto es ridículo —protestó, sin antes soltar un bufido y cruzarse de brazos—. Solo te lo vende porque se conocen. Si así no fuera, me lo vendería a mi, pues yo lo vi primero.

Vale, eso último había sonado un tanto infantil, pero, ¡era cierto! E injusto, y estúpido. Miró al muchacho con una ceja encarada, de arriba hacia abajo. Él sonreía, como si hubiese ganado un trofeo de gran valor, o como si lo más valioso en realidad no fuera lo que tenía en sus manos, sino habérselo arrebatado a ella.

Miró a Billy de mala gana.

—¿No tienes otra copia del mismo? —inquirió, un tanto brusca.

El moreno y el viejo sonrieron a la par, y éste último negó con la cabeza.

—Lo siento, tesoro. Es el único que quedaba.

Lily suspiró, enfadada, y volvió a mirarlo a... ¿como se llamaba?

—Bien. ¿Cuál es tu nombre, entonces?

El chico sonrió.

Se mordió el interior de las mejillas para no soltar una carcajada al ver la frustración de la chica. De haber sabido que iba a divertirse tanto habría llegado mucho antes. Alzó la barbilla hacia Bill, asintiendo suavemente. Sí, sí le iba a vender el disco. Pero bajo sus condiciones. Frunció los labios en una sonrisa socarrona antes de hablar.

-Vale, compra el CD -asintió, mirándola-. Pero... me invitas un café.

Alzó una ceja. Sabía que la chica probablemente tendría novio, o algo parecido. Él a su vez tenía a Hariel, pero siempre valía la pena hacerse amigo de aquel que escuchara o estuviera interesado en los Beatles. Metió las manos en los pantalones de su bolsillo. Cuando le decía que le invitara un café, no pretendía que ella pagara; obviamente él lo invitaría, pero era como asegurar una salida juntos. Una salida donde pudieran hablar y conocerse un poco.

Vio como Bill sacaba una bolsa de papel para guardar el CD que vendería a la chica. En realidad le gustaba provocarla. Parecía una de esas chicas que jamás te gritaría en público, pero que si te encajaría le tacón de su zapatilla en la garganta cuando menos te lo esperaras. Era una de esas chicas que a la distancia gritaban problemas. Ese tipo de chicas que le resultaban condenadamente interesantes.

La pelirroja soltó una carcajada y se tapó la boca ante las palabras del chico. Siguió soltando risitas por unos diez segundos, mirándolo incrédula. ¿Un café? Podía negarse, pero también podía aceptar, considerando que estaba jodidamente aburrida y que no había hablado con demasiadas personas desde que llegó a la universidad.

Y por su aspecto, seguramente era de ahí. No cabían dudas.

—¿Un café? ¿Es una broma? —volvió a reír y suspiró, sonriendo—. Bueno, no tengo nada que perder. Pero tú pagas, cariño. Quiero exclusiva caballerosidad, el último chico con el cual salí me obligó a pagar. Ni siquiera querrás imaginar como ha terminado el pobre desgraciado.

El chico (el cual no tenía la menor idea de su nombre), se echó a reír. Su risa era fluida, jovial y despreocupada; con ganas. Como si realmente le hubiera dado risa lo que ella había dicho.

Agradeció eso por un instante, pues a veces sentía que hablaba demasiado, y su madre le había enseñado que las primeras impresiones eran las más importantes.

Él le sonrió. Y ella le devolvió la sonrisa.

No sabía qué tenía esa chica, pero definitivamente era agradable. Podía verla sonreír por todo el día y probablemente seguiría sonriendo de vuelta. Giró el rostro hacia Bill para que apresurara sus movimientos y pudieran salir de aquella tienda de discos. Vio por el rabillo del ojo la botella que le había llevado a su amigo. Al menos no estaría tan aburrido cuando ellos se fueran.

-No hace falta que me pidas caballerosidad -le dijo, mordiendo su labio inferior-. Va incluida en el paquete.

Se pasó una mano por el cabello, viendo como el dependiente le cobraba y ella recibía el cambio. Volvió a colocarse su chaqueta, arreglando las solapas del cuello. El clima no era tan bajo allá afuera, pero conforme la tarde avanzara, éste empeoraría. Puso una mano en la espalda de la chica sin realmente tocarla, para escoltarla afuera. Se volvió hacia el mostrador.

-¡Hasta pronto, Bill!

El hombre mayor le guiñó el ojo, señalando a la chica con una mueca de aprobación. Éste rió y negó con la cabeza. No, no buscaba eso definitivamente. Aunque claro, en otros tiempos habría sido en lo único en lo que pensara. Se aclaró la garganta, adelantándose para abrir la puerta a la chica.

-Después de ti -susurró, sonriendo encantador.

Vale, el chico era encantador.

Sí, demasiado encantador. No solo por sus gestos, el brillo en su mirada, la forma en la que caminaba y como sonreía. Tenía un... no-se-qué, y era interesante. Al despedirse de Bill, se marcharon de la tienda y se dirigieron a la cafetería. No era demasiado lejos, de hecho estaba a pocas cuadras.

Hacía frío, no iba a negarlo, y lamentó no haber traído su chaqueta. El problema era que había llegado aquí sin siquiera imaginar que un apuesto muchacho le 'vendería' un cd de los Beatles con la condición de invitarla a tomar un café. Era algo inesperado.

Al llegar a la cafetería, decidieron sentarse en una de las mesas fuera del interior del local, al aire libre. A pesar del frío, la noche era demasiado hermosa para quedarse encerrado en paredes de mármol y lámparas artificiales.

Lily se sentó en una de las sillas, se cruzó de piernas y de brazos y apoyó su espalda en el respaldo del asiento, observando como el chico pedía los cafés.

—Aún no me has dicho como te llamas, chico al cual le gustan los Beatles —habló, divertida.

Le era imposible no mirar su cabello rojizo moverse al ritmo de sus pisadas, o la manera en como giraba el rostro para sonreír sobre su hombro mientras caminaban. Acortó sus pasos en cuanto llegaron a la cafetería, adelantándose para pedir los cafés. No sabía cuál sería su preferido, pero para no arriesgarse, pidió un par de capuccinos. Pagó en la caja, asintiendo hacia el dependiente con una sonrisa antes de irse.

Antes de sentarse, vio como los hombros de la chica comenzaban a temblar levemente a causa de la temperatura. Frunció los labios, quitándose la chaqueta, para colocarla sobre su piel desnuda después. Se sentó en la silla que estaba a lado de ella, escuchando la pregunta que había elaborado en cuanto sintió su presencia.

-Bueno, si revisaras el disco que acabo de permitir que compraras, sabrías cual es mi nombre -sonrió, cruzando las manos en su regazo para mirarla.

Estaba simplemente mirando sus gestos. La manera en como parpadeaba, creando largas sombras sobre sus pómulos, y sus labios que parecían curvarse en una sonrisa tras cada palabra. Bajó la mirada, un tanto apenado cuando llegó el chico con los cafés, esperando que nadie más hubiera notado como la miraba.